Vaseline Alley

Entraron los tres, entre ellos, Rodriguette. Se sentaron en el tresillo rojo forrado con plásticos de la madre, junto a los payasos de porcelana y los elefantes de la mesita centro de espaldas a la puerta. La madre estuvo ahí un rato y luego se marchó. Se hicieron silencios entre ellos. Unos tenían una copa en la mano, otros miraban de un lado a otro. El rojo seguía imponiéndose sobre las figuras de porcelana, sobre los marrones, los platos traídos como souvenirs de las islas, las paredes mal revocadas, los retratos de fotografías de gente que ya no está y un retrato de una niña sentada en el suelo con los brazos alzados, como pidiendo explicaciones.
En cuanto se inició una conversación, Rodriguette se declaró asiduo de la Vaseline Alley. En Halloween se vistió de mujer, así bromeando, y cuatro hombres le propusieron que les hiciera una felación en el coche a cambio de un billete de veinte dólares. Sólo accedió a dos de las peticiones y ganó cuarenta dólares por algo que soñaba hacer gratis.
Salió el tema de la prostitución, de aquel hombre que murió a hachazos haría un año y del día que intentaron robarle la cadena a Félix. Desde entonces la policía pasa a menudo por la Vaseline Alley.
Rodriguette no tiene miedo ni de la policía ni de los ladrones. Dijo que nunca le había ocurrido nada y las miradas de todos se cruzaron formando interrogantes.
Se conoce que un día sí que le pasó algo:
- Bueno, sí, un día uno me mordió la palma de la mano, no sé con qué fin. Todavía me pregunto cómo logró morderme ahí dentro, dentro de la carne, pero lo hizo. Hacía frío y me dolía mucho la mano. Cómo logró morderme, no lo sé, pero hacía mucho frío, sí, lo recuerdo. Esta noche voy de nuevo, llevo quince años haciéndolo y por muchos policías o ladrones o lo que sea que haya no impedirán que siga asistiendo. Es mi vida y a mí no me interesan las relaciones estables. Quiero cuerpos diferentes todos los días. Odio la repetición.